historias de la revista totalmente diva.

Mellizas
Juanita me acompañó solo los primeros años de nuestras vidas terrenales. Nacimos como mellizas. Un día, jugando en el balcón, ella cayó y nunca más se levantó. Después de eso, siempre la veía acechándome. Yo no decía nada. Era cotidiano para mí desayunar, almorzar y cenar con su presencia fantasmal a mi lado. Cuando yo jugaba con sus muñecas, ella hacía berrinches que nadie, excepto yo, oía. No le tenía miedo.
Pasaron los años y, en vez de irse de mi lado, empezó a adquirir mañas. Comenzó primero con botar objetos pequeños. Podía tocar sutilmente a los ocupantes de la casa. Todos empezaron a darse cuenta de que ella no había logrado trascender. Llamaron a curas y curanderos. Eso, en vez de calmarla, la hizo más fuerte. Por ratos, traspasaba mi cuerpo. Comencé a tenerle miedo. Ya no era mi dulce hermanita. Era un alma furibunda buscando venganza. Mi familia decidió dejar el hogar, ya que no podían seguir lidiando con la traviesa de Juanita.
El día de la mudanza, por fin, mi finada hermana cumplió su cometido: logró ingresar a mi cuerpo. Fui poseída y comencé a gritar; no era yo, era Juanita: «¡Mi hermana fue, ella me tiró desde el balcón, ella es mala! ¡Es una asesina!». Todos me miraron aterrados. Según ellos yo había enloquecido. Se mudaron para dejar atrás tanto dolor. Habían perdido una hija cuando esta era niña y la otra estaba «loca». Lo mejor que se les ocurrió fue internarme en un psiquiátrico. 
Ahora mi melliza está contenta hostigándome todo el día con su risa burlona y haciendo mil travesuras alrededor. Pienso que es mejor estar en un sanatorio a estar encerrada en la cárcel.

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